Muchos dicen que en la
ciudad podes encontrar, encontrarte, sentirte libre y rodeado de
gente que piensa como vos. Pero creo que muchas veces se equivocan, de
día impera la dictadura del tiempo, de la demencia por llegar a un
lugar del cual generalmente nos queremos ir. Donde el trafico a veces
prolonga la espera para llegar a una fría habitación, que quizás
tenga la cama destendida porqué no tuvimos tiempo de tenderla antes
de salir, en donde hay un mundo de libros tirados por todos lados y
fechas de cosas que tenes que hacer, aunque no te alcancen las horas.
Al caer la noche contemplo
como se trata de tranquilizar un poco la selva humana. Me arrimo a la
ventana y observo como se iluminan esos monstruos de cemento,
mientras por mi mente corre la idea sobre toda esa gente que vive
ahí, que llega cansada de un día agitado, de bocinazos,
corridas, algún que otro insulto y una eterna lucha contra el reloj
que se devora nuestro ser. Todos intentamos relajarnos olvidar, ser
felices sin motivo por un momento. Pero estamos cansados agotados, la
compañía no existe estamos inmensamente solos, a pesar de que nos
cruzamos a cientos de personas por las calles; decenas vivimos en la
misma manzana, pero ignoramos quienes son y quienes somos. No
existimos para el otro mas que como una ilusión que se desvanece en
un caos tumultuoso de las presiones de lo cotidiano.
Al final de cuenta el
ritmo de un sistema diabólico que hemos construido, nos desvanece
aislándonos, dejándonos cansados y solos.
Nos rozamos, nos chocamos,
nos insultamos; pero nunca nos damos tiempo para humanizarnos un
poco, saber que el otro piensa, ama, sufre, ríe, llora...siente.
Luego vienen esos
miserables días de fin de semana que solo nos alcanzan para reponer
un poco las energías y para cuando salga el sol el Lunes, se repita nuevamente esa
histérica historia cotidiana de tratar de existir para si, en un
mundo que nos deshumaniza.
De vez en cuando llegan los fin de semana largos y
las rutas están colapsadas emulando la postal de la huida de una
tragedia terrible, tan tremenda es que ha sido cotidianizada, ya
no nos podemos percatar de ella y creemos que es la única forma de
(sobre)vivir. Esos miserables días que huimos no disfrutamos,
solamente nos reponemos para volver a seguir muriendo en esta locura.
Esperamos por mas tiempo
las vacaciones solo para ir a algún lugar que los medios de comunicación nos dicen
que debemos de ir para ser felices. Allí nos dejarnos llevar por un
desenfrenado impulso artificial de simples acciones de vender y
consumir. Comprar nos hace felices, por mas que ese producto se rompa
rápido para poder alimentar el circulo vicioso del capitalismo;
vender nos hace igual de felices porque significa que podremos
consumir.
La vida es triste, al
final de cuentas nos vemos obligados a renunciar a ser felices, para
poder solamente convertirnos en un ser angustiado y colapsado por
las presiones.
Luego se repite esa imagen
de la ventana del principio. Miramos de nuevo como se tranquiliza la
ciudad, mojamos nuestros labios con un poco de saliva. Estamos muy
cansados a pesar de que ya casi no salimos a esa incesante guerra. Ya
somos viejos, estamos agotados ya no del día, sino de la vida misma.
Nos encontramos en un frío cuarto igualmente solos que al principio;
con energías solo como para ver como se tranquiliza la locura social
junto con nuestro ya marchito corazón. Recordamos cuando a eramos
jóvenes y pensamos donde se fue nuestra vida, la repasamos en esos
portaretratos que adornan nuestra mesita de luz; vemos las imágenes
de esos amigos y familiares que ya le perdimos el rastro desde hace un
tiempo. Entre esas fotos se colan la de algunos jóvenes que ya no
tienen tiempo para nosotros, ni para ellos, ni para nadie. El circulo
se repite en ellos.
Esa noche nuestro cuerpo
se comienza a poner cada instante mas frío. Descasaremos por
siempre. Al principio nuestra lapida tendrá muchas flores de
nuestros conocidos y anidaremos muy efimeramente en su mente en forma
de recuerdos. De a poco el viento de la historia tirara esas flores
de nuestras tumbas e ira borrando el recuerdo que anidaba en las
mentes de quienes nos conocieron.